Cada año llegan estas fechas y un remolino de ideas y emociones me envuelve sin previo aviso. Cumpleaños número 4, día del niño, comienzo del jardín, segunda mitad del año, proyectos personales, balances maternales.
Lo cierto es que el día a día (ese mismo que a veces se hace tan difícil y agotador) parece empeñarse en mostrarme que, efectivamente, el tiempo vuela.
¿Qué decir respecto del día del niño? ¿Cómo no caer en trivialidades y frases hechas? ¿Qué quiero regalarle a mi hijo, a mi familia, a mí misma?
Hace poco escribí sobre la comunicación y el gran desafío de desterrar de mi casa los gritos. Este post viene de la mano. Hoy mi regalo es la paciencia.
Quiero regalarle a mi niño aun más juegos compartidos. De esos que te hacen perder la noción del tiempo. Juegos con castillos, serpientes, lobos y charcos. Sin principio ni fin ni meta más que jugar.
También más abrazos cuando haya enojos. Un respiro para esos días en que el cansancio agobia y la rutina me hunde.
¡Y más tolerancia a sus pequeños ritmos! Porque sus pies caminan con pasos cortos y sus tiempos no son los que marca el reloj. Quiero más paciencia para recordar que los minutos son relativos y que la vida se construye de momentos eternos.
Además, más cuadras que cuenten historias. Ríos de lluvia que son un desafío o cuentos repentinos que nacen en un semáforo (en eso él es un experto).
Y muchos, pero muchos, menos mandatos.
Él crece pero yo también. De su mano todo es más fácil.
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