martes, 26 de mayo de 2015

Poner límites o informar de los límites

Foto: Kambrosis

Los siguientes párrafos son parte del texto Poner límites o informar de los límites. El amor después de la etapa primal. Cuando se cambian las órdenes por la información y la complacencia, de Casilda Rodrigáñez Bustos, publicado por La Mimosa en noviembre 2005.


Con frecuencia oímos decir que los padres y las madres tenemos que saber poner límites a nuestr@s hij@s; que tenemos que aprender cuándo, cómo y por qué debemos hacerlo.
Este sin duda es uno de los dilemas más peliagudos con el que nos encontramos todas y todos los que queremos criar y socializar a las criaturas que hemos parido para que sean felices.
En mi caso, la respuesta la encontré en el libro de Françoise Dolto, La cause des enfants. Según Dolto, las madres y los padres subestiman las capacidades y cualidades (inteligencia, sensibilidad, capacidad de discernimiento, sentido común, responsabilidad, instinto de supervivencia y sentido del cuidado de sí mismas, capacidad de iniciativa, etc.) de las criaturas en general, y las tratan como si fueran incapaces por sí mismas de sentir, de pensar, de evaluar las circunstancias de una situación dada, o de tomar la más mínima decisión.

La diferencia entre dar INFORMACIÓN y dar ORDENES es crucial; Dolto pone un ejemplo que me parece muy ilustrativo: a un japonés que aterrizara en nuestra ciudad no le daríamos órdenes de lo que debe hacer, visitar, etc. sino que le daríamos la información necesaria para que se pudiera desenvolver por la ciudad (cómo funcionan los transportes públicos, los sitios donde dan de comer mejor y 
más barato, etc.), o sobre las cosas interesantes que podría visitar, etc. ¿Por qué no tenemos la misma actitud con las criaturas que con el visitante extranjero?
Para contestar a la pregunta, hay que tener en cuenta el segundo aspecto al que me he referido antes: la prepotencia adulta.
La actitud con las criaturas es diferente no sólo porque como hemos dicho antes, subestimamos sus capacidades, sino también porque tenemos inconscientemente interiorizado que estamos por encima de ellas, que somos sus superiores y ellas son nuestras subordinadas.

Somos prepotentes con la infancia en el sentido literal de la palabra: pre-potentes, tenemos el Poder previo, un Poder fáctico –el dinero, los medios- sobre todas sus actividades cotidianas; y podemos obligarlas por las buenas o por la malas, para que hagan cada día las cosas con las prioridades y de la manera que unilateralmente decidimos.
Debido a esta interiorización, todos los días sin darnos cuenta, le damos cuerda a estas supuestas incapacidades de l@s niñ@s que justifican nuestra superioridad, y no somos capaces de romper el círculo vicioso y la dinámica social, ni nos planteamos otra posible relación con ell@s; no se nos ocurre tratarlas como al japonés del ejemplo: como seres humanos a los que hay que ayudar a conocer el funcionamiento del mundo en el que han aterrizado.
Por eso a l@s niñ@s, por lo general, no se les informa de los pormenores de la economía familiar, de las obligaciones y dificultades de las personas adultas –“no son cosas de niños”, se dice-, y de las limitaciones de todo tipo a las que estamos sujetas. Y por lo mismo, ni se nos ocurre ponernos a analizar conjuntamente las posibilidades de ampliar esos límites, movidas por el afán de complacerles en sus deseos.
Sin embargo, las criaturas están perfectamente capacitadas para aprender a moverse en su entorno sin riesgo; y como es la actitud autoritaria lo que bloquea el desenvolvimiento natural de sus capacidades, cuanto antes se cambie de actitud, antes y mejor aprenderá a moverse de forma autónoma en su medio y a hacerse responsable de sus circunstancias.

En cualquier caso, en mi opinión, siempre es posible mantener el amor complaciente después de la etapa primal. Porque el amor complaciente es un hecho totalmente independiente de los límites que haya, por muy desgraciados que éstos sean.
Es algo muy simple; se trata de que, ante cualquier límite que se oponga a los deseos de nuestra criatura, nos situemos incondicionalmente del lado de sus deseos; y en lugar de considerarlos meros caprichos improcedentes, los analicemos honesta y sinceramente con ella, junto con todos los factores que intervienen en la situación, para después tomar una decisión conjuntamente.
Si analizamos con un poco detenimiento lo que significa situarnos sin más del lado de los límites, ordenándolas directamente lo que tienen que hacer, como normalmente suele hacerse, nos daremos cuenta que ahí hay encubierta una gran falta de empatía amorosa, una gran falta de amor verdadero.
Habrá quien diga que a una criatura de dos o tres años no se le puede explicar nada, que no entiende nada. Esto no es cierto. La psicología neonatal ha probado ya que incluso los fetos antes de nacer tienen conciencia, memoria y recuerdos.

Aunque nos parezca que una criatura no entiende, siempre entiende; por lo menos mucho más de lo que nos creemos; y lo cierto es que casi siempre subestimamos su capacidad de comprensión.
Así pues, aunque nos parezca que no nos pueden entender, debemos probar a explicarles la situación conflictiva entre los deseos y los límites; contémosles lo que hay, poniéndonos en su lugar y comprendiendo sus deseos, sintiendo con ellas la frustración.
Tenemos que tener en cuenta que, cuando adoptamos la actitud de ponernos sin más del lado de los límites, sin considerar tan siquiera lo que la criatura quiere, porque tenemos las decisiones ya tomadas, sin dar ocasión para estudiar los márgenes posibles de maniobra, y le vamos soltando a la criatura un ‘no’ tras otro, la criatura lo que percibe es que sus deseos no nos importan; se da cuenta de que ni siquiera han sido contemplados como una posibilidad real; y de algún modo siente que se está yendo sistemáticamente en contra de ella, contra sus deseos; porque a diferencia nuestra, ella todavía sí se identifica con los deseos que le brotan del cuerpo. Ella todavía no está socializada del todo, y todavía es capaz de producir, de reconocer y de identificarse con sus deseos.
Y nosotras, ya desde este mundo, de un plumazo resolvemos la cuestión, impasiblemente, poniéndoles un ‘no’ tras otro, como si estuviéramos poniendo una lavadora tras otra.
Porque es lo que nos toca, supuestamente, como madres, hacer. ¡Qué diferente la perspectiva, si contemplamos sus deseos como la maravillosa vitalidad de sus maravillosos cuerpos!

Sus deseos todavía son el pulso de su vida, lo que alienta su existencia. Por eso la negación de los mismos, aunque no nos demos cuenta, supone una negación de su vida, un cuestionamiento de su existencia; una existencia y unos deseos que debían ser incondicionalmente defendidos y protegidos por la madre y el grupo familiar de la madre.
Ante la evidencia del deseo de complacencia, la criatura no identificará límites y falta de amor, como en cambio sucedería si directamente le damos órdenes como si fuéramos las promotoras de los límites.
Y así la criatura podrá seguir creciendo en el entorno de empatía y amor incondicional que necesita para el desarrollo de su propia capacidad de amar.

Porque aunque tenga que someterse a los límites y a la ordenación social, la criatura se sentirá amada incondicionalmente.

Si hubiera que resumir esta actitud en una palabra, ésta sería COMPLICIDAD.

martes, 19 de mayo de 2015

¿Formar personas o especialistas? Por Sergio Sinay

Foto: Kambrosis

Si educar fuese meramente transmitir información y conocimientos específicos, probablemente los chicos de hoy serían los más (no digo los mejor) educados de la historia humana. Pertenecen, dice el psicoterapeuta y asesor de familias brasileño Icami Tiba (autor de Quien ama educa), a la generación del zapping y de Internet. Esto es más que una simple descripción. Es una definición. Tanto el zapping (no sólo televisivo) como Internet permiten acceder a enormes y variadas cantidades de información en poco tiempo. Si además esa posibilidad se verifica dentro de una cultura esencialmente utilitarista y productivista como ésta en que vivimos (...) los chicos se vean presionados a abandonar rápidamente la infancia, el juego, el aprendizaje vivencial para convertirse pronto en adultos bonsái, agobiados por obligaciones, agendas completas, citas con especialistas que los entrenen o que los sometan a todo tipo de pruebas y diagnósticos que garanticen su capacidad para cumplir con las expectativas puestas en ellos.

Una sociedad utilitarista es competidora. Todo debe "servir para algo" (las actividades, las relaciones, incluso los hobbies). El ocio tiene que ser "productivo", y el éxito se mide en cifras (dinero, títulos, premios, posesiones). Una suerte de darwinismo social determina que sólo sean exitosos los que ganen, los más fuertes, los que lleguen antes, ya que, según se amenaza, no hay lugar para todos (del mismo modo en que hemos llegado a creer que el planeta no tiene espacio ni alimento para todos sus habitantes, creencia que se repite ciegamente, sin comprobarla). ¿Cómo crecer en la amenaza? En un escenario así no se permite perder tiempo y los chicos son forzados a armarse de conocimientos, habilidades y especialidades cuanto antes. Es curioso que se diga "armarse" de conocimientos y no nutrirse. Se los prepara para una competición, para una lucha en la que, a menudo, muchos padres suelen rivalizar entre sí (a despecho de sus hijos) para ver quién tiene un pupilo (o producto) más exitoso. 

¿Y si, por el contrario, educar consistiera en transmitir valores para la cooperación antes que para la lucha, para un mundo esperanzador y no amenazador? ¿Si educar fuera guiar, estimular y permitir el desarrollo de aquello propio y esencial de cada quien, y no lo que satisfaga la ansiedad de los adultos? ¿Si fuese acompañar a los niños, respetando el tiempo y el ritmo de su evolución, liderándolos en experiencias que los formen como personas antes que como prematuros y rendidores especialistas? ¿Si se tratara de preparar para explorar los amplios horizontes de la vida y no para una mera supervivencia eficientista? La historia humana no empezó con el zapping, Internet, el celular y la agenda completa. Es más antigua y más rica que estos datos tecnológicos. Hoy languidece la posibilidad de una formación basada en experiencias propias, reales y verdaderas, que se atraviesen con la guía de adultos protectores, atentos a los sentimientos y necesidades de los chicos. Adultos que no impongan a los niños sus propias urgencias mal resueltas. "La generación del zapping, dice Tiba, se acostumbra a la cantidad y a la superficialidad". Esa generación corre el riesgo de que se la prepare para patinar levemente sobre la superficie de la vida y no para experimentarla de una manera única, profunda, intransferible y trascendente. 

Por Sergio Sinay | Para LA NACION | 10.04.2011

Marchemos contra la Violencia Obstétrica

En el marco de la Semana Mundial del Parto Respetado, mañana marchamos en Buenos Aires contra la violencia obstétrica y la reglamentación de la Ley 25.929. Más info acá.