¿Tiene sentido la competencia?
Si un grupo de niños juega compitiendo y en lugar de
disfrutar el juego está midiendo continuamente el mejor modo de sacar ventaja
para "ganar", perdiendo de vista el instante, el simple hecho de
jugar... ¿Ese juego sigue siendo productivo, libre, feliz?
Hace unos días me asaltaba este pensamiento y una sensación
incómoda mientras miraba a un grupo de niños jugando, chicos de apenas 5 o 6
años. La competencia, además, estaba pura y exclusivamente impulsada por los
adultos. Vi como de a poco la diversión y las risas se fueron apagando a medida
que las reglas se adueñaban de la escena, dando lugar a la fría medición y al
abandono del instante en pos de medir el futuro inmediato.
¿Con qué fin impulsamos la competencia?
Hace unos dos años en este mismo blog la psicóloga Daniela
Ferazzini nos recordaba "la necesidad indispensable de que un niño juegue
por puro placer, sin ningún otro objetivo o meta que el mismo jugar". El
juego es aprendizaje, es liberación, es simbolismo, es construcción, es magia,
es el lenguaje mismo de la niñez. ¿Por qué necesitamos apagarlo, guiarlo,
medirlo, controlarlo? Nuestro afán de control sobre la infancia llega a veces a
límites absurdos.
Tuve el privilegio de intercambiar sobre el tema en las
redes sociales y rescato, con permiso de las autoras, algunas reflexiones de
mucha riqueza.
Alicia Stolkiner, reconocida Lic. en Psicología, Diplomada
además en Salud Pública, considera que hay una diferencia entre rivalidad y
competencia. "La rivalidad es un dispositivo de las subjetividad, la
competencia es una captura de ese dispositivo en una lógica, si se quiere,
mercantil. Allí se transforma en una lucha en la que lo colectivo queda
precluido por la necesidad de éxito individual". Difícil enseñar valores
comunitarios si fomentamos el éxito personal, individual, por sobre el
colectivo, ¿no creen? Algo que no me parece un tema menor.
Cuenta, además, Alicia: "Cuando llevaba a mis hijos a
jugar fútbol me parecían increíbles algunos padres que no dejaban disfrutar el
juego por la forma en que violentaban a sus hijos para que ganen". Quizás
sea hora de revisar qué valores deportivos fomentamos en nuestros niños.
Por su parte, la Psicóloga Clínica Ivana Raschkovan afirma
que "la capacidad para la preocupación por el otro de la que tanto se ocupó
Winnicott se construye en el encuentro con el otro. El respeto por el semejante
debe reconocerlo en su individualidad y diferencia. Continuamente veo niños en
el consultorio en los que su subjetividad ha sido arrasada en pos de criar
niños para el mercado productivo. Niños que pasan ocho horas por día en la
escuela y luego deben continuar actividades extraescolares para convertirse en
sujetos productivos y "competentes". Me pregunto cuánto lugar hay en
estos niños para el desear y para el jugar por el mero placer que el jugar
despierta. No me sorprende que un niño capturado por esta lógica de discurso
quede atrapado en un juego competitivo donde el par se vuelve un
"oponente". Y esta lógica binaria y oposicionista sin lugar a dudas
es en detrimento del placer y de la capacidad lúdica".
Buscando
alternativas a esta lógica competitiva
¿Queremos realmente seres humanos que vean al otro como un
oponente a quien ganarle o sacarle ventaja? ¿O queremos, por el contrario (y
espero que compartan), una sociedad donde la comunidad prevalezca, donde los
valores compartidos apunten a la cooperación y la solidaridad? No estamos
viendo que el juego competitivo extremo atenta contra esto. ¿Por qué mejor no
brindar más horas de juego libre, más disfrute, más espacios cooperativos, más
juegos con reglas inventadas por ellos mismos, más actividades centradas en el
compartir?
Ya lo decía Maria Montessori: "Todo el mundo habla de
paz, pero nadie educa para la paz, la gente educa para la competencia y este es
el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser
solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz".
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